Yo sé que me miras aunque no
te veo, he aprendido a reírte cuando nadie me ve. Sobretodo por la mañana, mientras
preparo el desayuno y aún no ha salido el sol. A veces hablas tan alto que me
giro para mandarte callar y no estás, y me río. Un río de sonrisas que me
parte en cien pedazos de mí que no olvidan el ayer. Aquellos cinco de abril
de tu cumpleaños, tú cenabas pizza y yo una manzana, era vegetariana.
Sigo en mi cuarto menguante, habitando
cuerpos durante noventa minutos. Perdiéndome entre abrazos sordos, más
bonitos que aquellos otros que no me dejaban respirar, los que dicen que sanan,
pero ahogan. Los que te sacan todo el aire con un ruido peculiar y te hacen
daño sin querer sino por querer. Tengo más claro a dónde no quiero
volver que a dónde voy, volvería a nosotros, pero es una realidad que solo
vive en mí, mi metaverso particular, el espacio-tiempo real me lo impide. No te
reencarnes, por favor, a mí me quedan cinco minutos de vida, a tí un suspiro de
eternidad. Tú eres la infinitud y yo una simple torpe con lateralidad confundida.
Mientras vivías te imaginé feliz,
en la casa de mis sueños haciendo los tuyos realidad. Pero tus sueños eran yo,
y yo una insomne crónica, cuando desperté de mi pesadilla tú ya te habías ido sin avisar, de puntillas como cuando me quedaba dormida en tu cuarto y tú sacabas al perro sin
hacer ruido para no despertarme. Seguí dormida hasta un amanecer que no llegó nunca,
mi mundo se volvió noche para siempre, una noche de estrellas y luna menguante
en la que me columpio imaginando tu vida perfecta en alguna estrella lejana,
desarrollando nuevos lenguajes de comunicación entre mundos y agujeros negros. ¿¡Me
copias!?
Dicen que las personas buscan
su mitad, yo me sobro entera y a veces me sumo a algún cuerpo que despierta
de su letargo entre mis abrazos sordos, elevándose hasta una ilusión imposible.
Un final decodificado por un texto enviado con un «piensa en nosotros», al que
mi cerebro se bloquea con un, «otra vez», y el algoritmo de desconexión se
inicia con un «tenemos que hablar». Hablar para decir adiós, se que te ríes
cada vez que lo hago, sé que te diviertes en tu perfecto silencio sonoro de mí.
Soy tu humana favorita en una eternidad sin humanidad. Pero cada cuerpo extraño de
mí se empecina en hablar de «nosotros», todos olvidan que yo me conjugo en singular. He
desarrollado un complejo sistema anti vidas ajenas, se activa cuando percibe
algún atisbo de acomodamiento emocional de un tercero, ¡qué confianza tan
aventurera! Pensar en mí como en «nosotros», sin pedir permiso. Mi mecanismo
algorítmico anti posibles mitades se activa de forma infalible con un «borrar contacto», así pasan a la lista de amores perfectos con licencia a ser
olvidados. Y yo quedo libre para buscar otro cuerpo en el que intentar
buscarte. Sabes que me gusta, me gustas, me gustan, todo de todos. Y tú disfrutas mirando desde el otro lado, diciéndome, «no lo veo para ti,
siguiente», tal cual hacías con mis andanzas entre pizzas y manzanas.
Y entre
tanta fruta prohibida, soy yo el fruto de aquello que nunca sembraré.
Pero la vida siempre me dice ven, pero jamás me enseña aquello que no puedo ver,
a ti. Parece que tengo mucho, pero solo me tengo a mí, soy poca cosa, pero
bastante esencial en mi vida, la de aquí. La que ya no es la tuya, no sé porqué el destino me eligió a mí para seguir aquí, cuando tú eras el genio. Ando detrás
de tu genialidad por la Tierra, y solo queda uno de los de aquella época. Lo
sigo, y en cada conferencia, pienso que tú le esperas entre bastidores, pero
solo hay nada, una nada infinita que respiro, y me llena de recuerdos que me
empujan en mi camino, esa nada que vive en mí y es mi mejor amigo. Una nada conocida con la que puedo
hablar a cualquier hora. Lo bueno de nuestra perfecta amistad, como antes, es
que no hace falta que te explique todo lo que vivo porque tú ya lo sabes, es una
relación cómoda, no tienes competidores. Nunca los has tenido.
Como buena
gata, la curiosidad me provoca y los retos me atraen, sigo buscando por mero
placer, para poder arañar y ronronear un rato, la soledad infinita me ha convertido en una cazadora de almas sin corazón. Soy un robot, ¿te acuerdas? Sigo siendo Arale, preguntona y curiosa. Juego, seduzco, acaricio y con un zarpazo me
vuelvo a mi madriguera sin conexión. Siempre es el mismo
final. Una posición cómoda, un margen perfectamente delimitado. Mi margen, donde
el fuego no me alcanza. Porque todos son fuego, y yo tengo miedo a arder.
Siento que te has escondido de mí. Tu marcha fue tu mejor venganza. Perdí la batalla, me convertí en cero para siempre. Me falta el uno, así no hay fórmula posible. Soy un robot sin corazón ni sistema operativo que busca configurarse.
Dicen que todo
va y viene, pero tú solo te fuiste y los dos olvidamos el billete de vuelta. Y te fuiste, sin avisar. Te fuiste aunque yo te dejé primero. Me hubiera
gustado ir contigo aquel día en aquel coche. Nuestro último viaje, o no,
hubiéramos parado para comer una pizza, porque yo ya no soy
vegetariana, ¡bueno, a veces, un poco! Dicen que en el Universo, allá donde
estás, no hay luz, es todo oscuridad, pero también dicen que el amor es ciego
por lo que nos daría igual.
¡Feliz cumpleaños! 54 ya, pero yo
llegué primero, aunque me iré la última.
PS: el texto lo he construido,expresamente, con citas de canciones de Beret. He indicado en cursiva las frases
de su autoría. ¡Grande Beret! Gracias por romperme el corazón cada vez que te
escucho.
Texto original 05/04/2022