martes, 26 de julio de 2016

La maldad, recurso literario

Lo bueno y lo malo, así como existe en la vida real, también vive en los libros. Tal vez sea el encanto de no saber dónde empieza la maldad o la bondad. Ni qué implica realmente el ser una mala persona.  
Cuando pensamos en personajes literarios malvados, lo primero que nos viene a la mente son imágenes de Lord Voldemort, de Harry Potter, o Darth Vader, de las Guerra de las Galaxias, o el casi todopoderoso Sauron del Señor de los anillos.


Quiero provocaros a desarrollar personajes realmente malvados, como Víctor en La Naturaleza del Fuego, de Daniel Escriche o el joven asesino de Todo lo que sé… de Carles Edo. Personajes que se les puede tocar, acariciar, pueden ser nuestros vecinos o nuestras parejas. Viven aquí, entre nosotros, o quién sabe si con nosotros. Porque la maldad es muy astuta y se disfraza con sutilidad entre las buenas maneras. Un personaje malvado siempre se asegura que nadie de su entorno, sus amigos, sus compañeros de trabajo, sospechen de su maldad. A veces ni él mismo es consciente de su locura. Pero en los pequeños detalles del día a día aparecen sus demonios y le poseen, torturando al que tiene más cerca.  

La maldad está en nosotros, en nuestra naturaleza, como está presente en  todo el  Universo. Los personajes villanos enganchan al lector y lo seducen más que los buenos y como ejemplo el desgraciado Grenuille del Perfume (  Patrick Süskind) , o el  ciego maltratador del Lazarillo de Tormes, o el siniestro Javier Fumero de La Sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón.

¿Qué sería de estas novelas sin el atractivo de la maldad de su personaje? 
Nos divierte lo que nos hace reír, pero también, o incluso diría que todavía más aquello que nos asusta y nos hace sufrir.

Qué viaje más adictivo resulta empezar una historia en la que vas descubriendo poco a poco la locura y el desequilibrio del personaje como en la vida real cuando vives con alguien y un buen día no lo reconoces y solo te aterra tenerlo delante.  Así como en la vida nos apetece desaparecer y aparecer en cualquier otro lugar, en los libros nos adentramos más en la historia, casi deseamos ser ese villano y dejarnos llevar por el sinsentido inherente a todo ser humano.  Porque nada más humano que la maldad, también cuando es literaria.


Si buscáis ejemplos de perfiles psicológicos perturbados os recomiendo Megan, protagonista de La Chica del Tren de Paula Hawkins,  o bien Thomas Spencer el sociópata protagonista de La Historia de un canalla de Julia Navarro.

martes, 19 de julio de 2016

Final, cómo acabar la historia

That’s all folks!, ¡Eso es todo, amigos! Qué maravillosa manera de terminar cada episodio de las aventuras del famoso Bugs Bunny en los años dorados de la Warner Bross.

En la vida real el final o desenlace de las obras literarias no suele ser tan sencillo.  Es la última gota de un vaso que se ha ido llenando de circunstancias, clímax y personajes. Una culminación que a veces nace en la mente del escritor antes que el inicio mismo de la historia. 


¿A quién le gusta el final de las cosas? Creo que a nadie. De hecho en nuestro día a día nunca planeamos el final de nada, ni siquiera nuestro propio final. Vamos iniciando experiencias sabiendo que acabarán pero no sabemos cuándo se terminará todo, ¡tiene su encanto! Ahora entiendo aquello que dice “la vida es un sueño”…Yo añadiría “ la vida son muchos pequeños sueños! Y de los sueños siempre despertamos, también de las pesadillas.

Pero un escritor tiene que pensar en la conclusión de la obra, sea cuento o novela, e incluso en el caso de los ensayos debe construir el desenlace desde la primera línea. El cómo hacerlo dependerá de su estilo, puede ir dando pistas o bien crear caminos alternativos, elementos sorpresa que desaparecen y vuelven aparecer en el desenlace. 

Al reflexionar para escribir este artículo, me he dado cuenta que cuando pienso en películas existen muchos casos que no recuerdo el final, pero que sí guardo un recuerdo preciso del desarrollo de la obra. En cambio, en lo referente a libros, siempre recuerdo el final de la obra y lo que se borra es el desarrollo de la novela, ¡Curioso, verdad! ¿Os ocurre lo mismo?

 Un mal desenlace puede poner en peligro la experiencia del lector  porque será ese último “sabor de boca” lo que recordará de la obra, sobre todo para recomendarla,” ¡me gustó pero el final...!” De hecho, también nos pasa con las personas, siempre recordamos por qué rompimos con alguien nunca los momentos buenos vividos.

Hay varias novelas que han conseguido hacerme llorar en el desenlace, a pesar de que soy de lágrima y de sonrisa fácil, no le resta mérito al escritor que ha conseguido tenerme pegada a la historia escrita y emocionarme con la muerte del protagonista, aunque se trate de una muerte dulce y natural. De hecho, lloraba porque la historia se había acabado, mi viaje con ese escritor había llegado a la última página. Momento de volver a la realidad y salir corriendo a por nuevas aventuras a través de portadas cautivadoras y efímeras líneas de sinopsis que en pocos segundos consiguen prometer un nuevo viaje apasionante entre palabras e intenciones. 

Existen muchos consejos y tipos de final, académicos y bien definidos, no he querido daros listas de ellos porque eso ya lo podéis encontrar en otras páginas, prefiero provocaros para que busquéis y planifiquéis con sumo cuidado vuestro propio final. Es el último punto que dará vida a una historia tridimensional e inolvidable o bien la condenará a ser una historia más, plana y olvidada. 

martes, 12 de julio de 2016

Etiquetas de la vida

Ya hemos hablado en algún otro post sobre la necesidad que tiene el ser humano de etiquetar, clasificar y colocar todo en su sitio. Pero la vida en sí misma sobrepasa la capacidad lingüística del ser humano,  es decir existen muchos más significados que palabras. Sin embargo existen palabras con varios significados. Por lo que resulta evidente que tendremos que seguir inventando palabras y expresiones que transmitan lo que realmente podemos llegar a vivir.

Esta semana he experimentado la falta de recursos que nos da la lengua para ayudarnos a describir sensaciones, en todas direcciones, en lo bueno y en lo malo. Existen tantas dimensiones que aquel popular dicho, “no tengo palabras”, refleja una gran sabiduría.

Eso nos lleva a la conclusión que cuando sentimos tanto, mejor no hablar, callar y respirar. Cuando descubres que hay estados de miedo y terror que no pueden encajar en adjetivos declinados en grado superlativo, mejor parar, quedarse quieto y no buscar palabras. Porque no existen. O bien cuando una intención de alguien te emociona tanto y te sorprende que no sabes cómo etiquetar ese sentimiento, de hecho recuerdo que a la persona en cuestión solo dije “ me emociona escuchar eso y me alegra”, algo plano y correcto mientras buscaba en mi cabeza como etiquetar la emoción que estaba sintiendo.

Es curioso cómo nos conmueven las emociones, las malas y las buenas, las malas pueden hacer sentir que sangras sin cortes ni heridas, las buenas que estás lleno de aire y puedes flotar. ¿Cómo adjetivar eso? A veces se dice “hay que hablar y contarlo” pero cómo hacerlo para que te entiendan con las pocas palabras que nos dan los lenguajes convencionales.

Estos días me he dado cuenta de la rigidez académica y emocional del lenguaje, casi tanto como la relación entre jurisprudencia y sociedad, siempre van lentas las leyes, así como no hay palabras que describan lo que sentimos con precisión y rigor.

¡Señores académicos! existen muchos tipos de miedo, y muchos estados de terror que no tienen palabras para ser definidos con precisión, así como muchas sensaciones envueltas en acaricias, deseos o tan solo en buenas intenciones de las que no podemos referirnos por resultar imposible expresar cómo nos han hecho sentir.

¡Toca seguir sintiendo aunque no se pueda explicar! 

miércoles, 6 de julio de 2016

Un banco de Central Park

Nada más inspirador que un paseo por el refrescante Central Park de Nueva York , durante unos días ha sido parte de mi día a día, la última tarde decidí coger mi diario, el de papel, os hablé de él  en el primer post de este blog, siempre lo llevo en los viajes, pues en esta ocasión lo he usado.  Entré en el parque al estilo Meg Ryan en la película “ Tienes un email” (*), intentando encontrarme con mi idílico amor del ciberespacio, a pesar de haber ciento de personas corriendo, en bici, o sentadas por todas partes, solo conseguí encontrarme conmigo misma.

Después de varios kilómetros de agradable paseo escogí un banco para sentarme. No era un banco cualquiera, era el banco de un tal Sr. Jack Gatenberg, al parecer padre y marido querido y amado. Al leer la placa pensé en levantarme rápidamente como si molestara la memoria del supuesto señor fallecido.  Pero inmediatamente me di cuenta que todos los bancos tienen esa plaquita (*)…con lo que me relajé y saqué mi diario intentando no perturbar la paz del banco en sí mismo.

No hablaré de lo que anoté en el diario porque es alto secreto personal sin interés alguno para el resto de la humanidad, pensé que podría ser una situación idílica para cualquiera de nuestros escritores, el estar allí y en ese momento, ellos se hubieran inspirado y hubieran entendido las musas que susurraban en la suave brisa, podrían haber desarrollado un capítulo o tal vez solo una línea de alguna nueva obra que duerme en algún cajón solitario de su creatividad.
Muchas veces después de leer una novela que cuenta una historia de esas que recordamos perfectamente durante años y de las que nos hubiera gustado vivir en primera persona, pensamos que el éxito es por la historia en sí misma, y no es así, el arte y dificultad reside en cómo contarla, cómo dosificarla y darle forma capítulo a capítulo.
Pero desafortunadamente para el mundo literario la que estaba allí, en aquel banco del Sr. Jack Gatenberb , era yo, y a mí solo me susurran ideas de comunicación, marqueting y estrategias, también alguna determinación personal de realización a largo plazo pero eso os lo explicaré mejor en persona. ¡Prometido!


*En Central Park existe la posibilidad de dedicar el banco a alguien o bien firmarlo para tu propio recuerdo, por la cariñosa cantidad de 7.500 dólares eres patrocinador de un banco en Central Park, claro que si deseas una placa en cualquier otro espacio el precio asciende a 25.000 dólares.

*You got an email, 1998, comedia romántica dirigida por Nora Ephron  interpretada por Meg Ryan y Tom Hanks